CIERRA

Contacta con nosotros

  • Si quieres ponerte en contacto con protegetedelmovil.com para cualquier duda o comentario puedes rellenar este formulario. Nos pondremos en contacto contigo en la mayor brevedad posible.

  • *(campos obligatorios)
CONTACTO

Nuestro blog

Volver
10
mar

Publicado por Protegetedelmovil.com

0

¿Nos están enfermando las ondas?

Vivimos rodeados de ondas, radiaciones de baja intensidad emitidas por los móviles y la infinidad de aparatos que nos circundan. El efecto de ello en nuestra salud todavía no está claro, pero nadie descarta por completo sus efectos nocivos, así que la OMS aconseja aplicar «el principio de precaución». Le contamos todo lo que debe saber para prevenir antes que curar.

Desde los rayos cósmicos que provienen del universo hasta las ondas de radio y los teléfonos móviles, vivimos rodeados de ondas electromagnéticas. ¿Son inocuas? La respuesta no es sencilla: depende de su frecuencia, de su intensidad y del tiempo que estemos expuestos a ellas. Las ondas capaces de romper los enlaces moleculares (rayos X, gamma) se llaman «ionizantes», mientras que las que no logran hacerlo se denominan «no ionizantes». Entre estas últimas se sitúa la gran mayoría de campos electromagnéticos generados por el hombre en la sociedad industrial y conocidos bajo el nombre CEM. Parte de estas radiaciones no ionizantes aumenta los movimientos de las moléculas, lo que se traduce en calentamiento, como ocurre en el caso de los hornos microondas. «Si pudiéramos meternos dentro de uno en funcionamiento, moriríamos asados. Sin embargo, todos estamos bañados por una radiación microondas que proviene del espacio, pero no nos afecta», explica el físico de la Universidad del País Vasco Joseba Zubia. ¿Por qué? La clave está en la dosis.

El principal efecto biológico comprobado de los CEM de radiofrecuencia es el calentamiento de los tejidos. No obstante, los niveles a los que suelen estar sometidas las personas son mucho menores que los necesarios para producir un calentamiento significativo. Y la exposición a niveles más altos, que podrían ser perjudiciales, está limitada por directrices nacionales e internacionales. Pese a ello, hay casos en que esos niveles se superan. Por ejemplo, un secador de pelo a tres centímetros de distancia, algo habitual al secarnos la cabeza, puede emitir un campo electromagnético (CEM) de hasta 2.000 QT, 20 veces más de lo recomendado. Una maquinilla de afeitar sobre la piel puede alcanzar las 1.500 QT, 15 veces más de lo recomendado, aunque hay modelos que cumplen la normativa. En cualquier caso, el debate hoy pasa por saber si bajos niveles de exposición a largo plazo pueden provocar respuestas biológicas e influir en el bienestar de las personas.

Hasta la fecha, según la Organización Mundial para la Salud (OMS), no se han confirmado efectos adversos para la salud, pero tampoco se han descartado por completo… De hecho, ya en 2000, la OMS recomendó el principio de precaución para los países que de forma voluntaria quisieran adoptarlo. Esto es: la ejecución de «una política de gestión de riesgos aplicada en circunstancias con un alto grado de incertidumbre científica, lo que refleja la necesidad de emprender acciones para un riesgo potencialmente grave sin esperar los resultados de la investigación científica». Si el río suena…

El mayor informe sobre el tema se publicó en marzo de 2010. El objetivo del estudio Interphone, lanzado en 1999 por el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer en 13 países industrializados, era determinar si el uso del teléfono móvil durante diez años de exposición aumenta el riesgo de padecer tumores cerebrales (glioma y meningioma), del nervio acústico y de las glándulas parótidas. La hipótesis: podrían producirse efectos sutiles sobre las células que podrían influir en el desarrollo del cáncer. La conclusión: no se halló peligro alguno totalmente probado. Pero la última frase de las conclusiones deja -una vez más- la puerta inquietantemente abierta: «Los posibles efectos de un uso intensivo a largo plazo de teléfonos móviles requieren aún una mayor investigación».

Muchos repiten que «no hay pruebas» de su nocividad, pero casi nadie se atreve a afirmar de modo concluyente su carácter totalmente inocuo. Y algunos países como Alemania, Francia y Austria han empezado a tomar medidas preventivas, conscientes de que «inexistencia de pruebas» no significa «inexistencia de potenciales daños».

Los resultados más intrigantes en los que se basan las medidas preventivas en general provienen de estudios epidemiológicos. Uno de los pioneros es el de Lennart Hardell, un oncólogo del Hospital Universitario de Orebro (Suecia), que investigó a 4.000 personas en relación con la telefonía y el cáncer. Seleccionó a dos grupos de personas -uno afectado por el mal que estudia (un tumor cerebral) y otro no afectado (el grupo testigo)- y comparó estadísticamente los resultados considerando el tiempo de utilización del teléfono en cada caso. Sus resultados, dice, evidencian «que después de diez años de utilización del móvil aumenta el riesgo de desarrollar un glioma o un neurinoma del acústico, aunque cabe señalar que el riesgo individual es muy bajo: es una enfermedad que afecta a una de cada 10.000 personas». En el caso de las bajas frecuencias, los datos muestran un aumento significativo en la incidencia de leucemia en niños que han vivido durante años en ambientes electromagnéticos elevados. Estos datos han llevado a la Agencia Internacional para la Investigación en Cáncer a incluir los CEM de bajas frecuencias en su listado de agentes, dentro de la categoría 2B: «posibles cancerígenos».

Otro «enemigo público» son las antenas de baja potencia que proporcionan cobertura a los teléfonos móviles. Dependiendo del número de llamadas que gestionen, la distancia entre estas estaciones va desde unos cientos de metros hasta varios kilómetros. Se sitúan a alturas de entre 15 y 50 metros y emiten un haz de ondas de radio muy estrecho que se propaga casi en paralelo al suelo. «Solo se superan los límites establecidos por la normativa internacional si nos situamos a menos de 17 centímetros de la antena; si estamos más lejos, no superamos los límites de seguridad y resulta inocua», dice Zubia. Pero, aun así, hay suspicacia entre la población.

Todavía se recuerda la polémica que ocurrió en el colegio público García Quintana de Valladolid, donde en 2000 se detectaron varios casos de tumores infantiles meses después de la instalación de una antena de telefonía. Dos años más tarde, el informe final de la comisión de investigación científica descartó esta relación causal, aunque el asunto levantó una amplia y agria polémica. Por su parte, el Ayuntamiento de Leganés (Madrid) aprobó hace poco una ordenanza reguladora pionera en el país para la instalación y emisión de las antenas de telefonía móvil en la localidad, que reduce 4.000 veces por debajo del mínimo hoy permitido la potencia de las emisiones y endurece las sanciones para las operadoras que incumplan estos parámetros.

«Para hacer las cosas más complicadas, las opiniones están muy contaminadas por intereses que no necesito describir, por lo que contamos con más -expertos opinadores- que científicos que hayan generado evidencia en el tema», dice Alejandro Úbeda, jefe de sección del Laboratorio de Investigación en Bioelectromagnetismo del hospital Ramón y Cajal de Madrid. En efecto, todo se complica y se habla hasta de posibles conspiraciones, según denuncia el periodista Miguel Jara en el libro La salud que viene (Editorial Península, 2009), en el que describe a un numeroso grupo de «científicos y médicos de gran nivel presionados por los lobbies de las tecnologías inalámbricas y/o contaminantes acallados para que la ciudadanía no sepa de los posibles perjuicios de sus servicios».

La realidad es que en los últimos 30 años se han publicado 25.000 artículos científicos sobre los efectos biológicos de la radiación no ionizante. «Es cierto que la literatura científica sobre este tema es bastante exhaustiva, pero no completa», asegura el catedrático de Electromagnetismo de la Universidad de Murcia, José Margineda. «No sé si más estudios epidemiológicos o estadísticos añadirán algo a lo que ya se sabe. Creo que nadie sensato niega la evidencia de los efectos de la radiación electromagnética no ionizante, pero, insisto, el problema está en determinar los niveles de riesgo y cuáles son los efectos peligrosos, pues no todos los efectos lo son.»

Francisco Javier Alonso

Comentarios

Deja tu comentario